Umberto Eco, clásico y contemporáneo


Da: Revista Ñ, Buenos Aires, 26/02/2016.
Traducción: Andrés Kusminsky.


Adiós. Colega y amigo, Fabbri despide al erudito de la semiología, la filosofía y la literatura al que considera, junto con Noam Chomski, uno de los intelectuales más reconocidos del mundo.

La noticia de la muerte de Umberto Eco ha estado presente en todos los medios del mundo globalizado. La prueba de que el gran escritor y semiólogo había sabido transformar, con su obra, los lectores en un público y su nombre en un logo. Una carrera caracterizada por la actividad incesante, por una envidiable intuición para la cultura y por una fortuna maquiavélica que yo procuré reconstruir en “Eco quiproquo”, una introducción a un libro sobre la Fenomenología de Umberto Eco: que cuenta sus comienzos brillantes y da cuenta del mapa mundial, incompleto, de sus diplomas honoris causa.

Para quien lo conoce como colega díscolo y amigo de confianza, la fama de escritor erudito y académico titulado simplifica los rasgos de la personalidad múltiple de Umberto Eco, que ha sido filósofo del lenguaje y semiólogo de la cultura; estudioso de la estética (medieval y contemporánea) y de la literatura (desde James Joyce hasta las vanguardias); analista del lenguaje de masas (Steve Canyon, Flash Gordon, James Bond y la neo-televisión); periodista cultural y político en los mayores periódicos y semanarios italianos (inventor de la guerrilla semiológica); director de editoriales (Bompiani, Milano), de series editoriales especializadas y para el gran público, y de revistas (Alfabeta); traductor (de Raymond Queneau y de Gérard de Nerval) y traducido a un centenar de lenguas (él mismo acuñó la fórmula “la lengua de Europa es la traducción”); experto bibliófilo (poseedor de 50.000 volúmenes), lector omnívoro, narrador impenitente de bromas de distinto tenor y flautista, con lo justo. Prueba cabal de que un hombre de gran sabiduría sabe cómo ser un bon vivant (¡Gilles Deleuze pensaba que todo revolucionario debía serlo!).

Junto a Noam Chomski, Eco era el intelectual más reconocido del planeta, tanto que se tenía, igual que Jorge Luis Borges, como alguien que había sido premiado con el Nobel y se había olvidado del asunto. Y que había rechazado con arrogancia la propuesta de ocupar el cargo de ministro de Cultura italiano.

La muerte tiene dos significados no siempre complementarios. La conclusión irreversible de una existencia singular y la interrupción de un proyecto de vida que espera perdurar (en este caso, escribía Dylan Thomas, “la muerte no tendrá dominio”). ¿Cuáles son ahora los proyectos interrumpidos de Eco, que durante toda su vida ha marchado por tantas vías, con inducción y adivinación (Ferdinand de Saussure)? ¿Filosofía? ¿Semiótica? ¿Literatura? Todos proyectos difíciles para reemprender en una era líquida, revisionista, implosiva, que según Eco, marcha “a paso de langosta” –el título de uno de sus últimos y memorables ensayos.

1. ¿La filosofía? Eco (me) decía que moriría como filósofo y escribía que la semiótica teórica era parte de la filosofía del lenguaje, de la que compartía la historia. Su contribución estética, con la juvenil y fundamental Obra abierta, ha continuado en la historia del conocimiento con su semiosis ilimitada, en la que cada signo reenvía rizomáticamente a otros signos. Y en el estudio de la historia de las doctrinas semióticas y de las perfectas lenguas utópicas, escogió como obra precursora la del multiforme pragmatista Charles Sanders Peirce. Prefirió no seguir las indicaciones fragmentarias de la lingüística de Saussure –no puedo culparlo. Los filósofos, en cambio, de tradición estadounidense positivista y naturalista, no adhirieron hasta ahora a su proyecto interpretativo. Lo han acusado equivocadamente de relativismo y de insuficiente realismo, o lo han omitido de manera culpable. Les inquieta, tal vez, la proposición de que los signos sirvan para mentir y que es necesario conocer la gramática para aproximarse a la verdad. Todavía tienen mucho tiempo para cambiar de idea.

2. ¿La semiótica como disciplina empírica del significado y de la comunicación? El aporte de Eco –que ya desde Apocalípticos e integrados (1964) señalaba el papel del horror y la presencia de los zombis en la cultura popular– se esfuerza por encontrar un lugar entre las ciencias humanas que, después de haberles rendido homenaje, le reprochan la actitud “aristocrática” hacia los social media y emplean sus instrumentos sin mencionar la caja de herramientas.

3. ¿La literatura? Eco, que pasea desde siempre en los bosques narrativos, en compañía de lectores modélicos, siempre ha tomado distancia respecto de la etiqueta de “pos-moderna” para sus novelas, a partir del muy afortunado El nombre de la rosa, “odiado” por su autor, que lo había destinado a un círculo de amistades –el que escribe era Paolo da Rimini, abbas agraphicus, fundador de la laberíntica biblioteca. Novelas de muy cuidada erudición que buscaban en el marco de los distintos géneros literarios –policial, aventura, misterio, etcétera– la continuación figurativa de los problemas teóricos. Construidos como calculadísimos pastiches de otros textos, y de precisas investigaciones bibliográficas, anticiparon las prácticas digitales del mash up y del remix. ¿Son signos suficientes para señalar un camino a la literatura como en los tiempos de su militancia en la vanguardia italiana del Gruppo 63, con los Novissimi: E. Sanguineti y N. Balestrini, L. Berio, E. Pagliarani y R. Arbasino? Queda para el futuro la elección de los rasgos pertinentes, de los que depende –decía Eco con su amigo argentino, el semiólogo Luis Prieto– la verdad. Y la prosecución del proyecto que mantendrá la vitalidad del gran italiano, sabiamente laico en la puja incesante entre güelfos y gibelinos que escande nuestra historia.

Para emplear la fórmula de Víctor Hugo, Umberto Eco era –y lamento emplear el verbo en imperfecto– “la fuerza que va” de uno de los grandes contemporáneos. ¿Se volverá un clásico, lo que no acaba nunca de decirnos lo que tiene que decirnos?

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