Intervista con Mariangela Giaimo, Brecha, Montevideo, 1, junio 2007.
FUE A MEDIADOS del pasado febrero. Debíamos encontrarnos en una esquina céntrica y fría de Bolonia. Él, llegó puntual. A las tres de la tarde, a pesar de tener un día complicado, y de que permanecería en esa ciudad sólo por 24 horas.
Él es Paolo Fabbri, docente de semiótica del arte en el Instituto Universitario de Arquitectura de Venecia (IUAV). Nació en Rímini, Italia, en 1939 y enseñó en esta misma ciudad, así como en Florencia, Urbino, Palermo, San Diego y París -en la École des Hautes Études en Sciences Sociales-. Fundó el Centro de Semiótica de Urbino y forma parte de comités científicos de numerosas revistas e instituciones internacionales. Trabajó y escribió artículos con Umberto Eco, Eric Landowski y Bruno Latour, entre otros. Sus ejes temáticos son los problemas de la comunicación, el lenguaje, la semiótica de las pasiones y los procesos culturales, que abordó en obras como Táctica de los signos. Ensayos de semiótica; El giro semiótico; Semiótica en síntesis (en colaboración con Gianfranco Marrone); Morfología del semiótico y Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje.
Fabbri me da la mano, saluda con simpatía y permite inmediatamente que lo tutee. Vamos a un pequeño café, a unos pocos metros del lugar de encuentro, para hacer la entrevista. Sólo tiene media hora para conversar, luego debe seguir con sus tareas académicas. Tendré a Fabbri -que también fue director del Instituto Italiano de Cultura de París durante cuatro años- por unos escasísimos treinta minutos. Con dos espresso humeantes, comienza la conversación que girará principalmente en torno a la televisión.
—¿Cuáles son las características de la actual sociedad del espectáculo?
—No sé en tu país, pero aquí no estamos en una sociedad del espectáculo.
—¿No?
—No. Es más, estamos por fuera de la sociedad de la imagen que proponían los situacionistas. Vivimos en un inmenso talk-show en el que vale más la palabra que las imágenes. Estamos en realidad en una sociedad del chisme, y por lo tanto profundamente auditiva. Lo que más nos importa son los cuentos y las confesiones de los personajes que aparecen en la pantalla. Además, vamos siempre más allá del espectáculo. Queremos saber todo el tiempo lo que hay detrás de bambalinas, y detrás del detrás de bambalinas y así. Es por eso que no puedo afirmar que sea del espectáculo. A pesar de que vemos a los “actores” en todas sus maneras -de pie, sentados, maquillados, con diferentes escenografías, como cantantes, como jugadores de fútbol-, nos movemos en una situación opuesta al espectáculo. Éste implica una profundidad de los signos, pero aquí hay una multiplicación del “detrás”, y la profundidad sígnica no está. Está una puesta en escena que se repite al infinito.
Hoy en día la neotelevisión es puro exhibicionismo. Eso que caracteriza a los reality shows. No hay oferta de información y ficción, sino que la televisión se ha convertido en una tecnología del relacionamiento. De objeto jerárquico, trasmisora de saber o entretenimiento, a canilla de imágenes para un espectador pasivo. Y también un ciudadano inmaduro. Por lo menos es lo que sucede aquí. En nuestra sociedad, la italiana, la televisión se ha convertido en un medio para discapacitados “relacionales”, que son muy activos en el zapping.
—¿Qué rol ocupan los cuerpos en esa televisión?
—En la sociedad del chisme, que reproduce la televisión, lo importante es que funcione una máquina de sensaciones y una oferta de relaciones para los cuerpos. Esos que, en la vida real, ni se tocan. Las caras, los peinados a la moda, certifican la interacción y las charlas. Es en este ámbito televisivo que se muestran muchos cuerpos, especialmente el femenino y sin ropas. Aquí en Italia estamos acostumbrados a eso. Son cuerpos parlantes, que hablan de sus sentimientos y pasiones, pero que en realidad están escondiendo una ausencia del encuentro. No importa nada más que lo que llamo el psico-show. Estamos frente a una televisión que es una especie de clínica de las subjetividades inseguras de su identidad e interioridad.
El exhibicionismo y su pretensión de obscenidad tienen otro valor diferente al que podríamos pensar. Esto es una inflamación contemporánea de la subjetividad. Los “otros” se muestran para exprimir su individualismo, ése que sufre el no saber en dónde está colocado. Los creativos de la televisión entendieron que la característica más fuerte de la interactividad es la comunicación con el otro para tratar de convertirse en uno mismo.
Los medios masivos se convirtieron en gigantescos confesionarios, a través de los cuales la gente parecería que obtiene la garantía de la absolución. Recuerdo el caso de un famoso periodista y presentador que declaró, una vez, haber formado parte de la P2, y desde ese momento fue inmediatamente absuelto. Otro aspecto de los medios es la espontaneidad y la falsa bondad que se representa.
La televisión no nos cuenta más desde una narrativa verosímil, sino desde un “romance de la autenticidad” en el que puede participar el espectador.
La industria del entretenimiento cambió su táctica de representación. Se apropió de la retórica de la comunicación y de los métodos de laboratorio de las ciencias sociales. Mezcla el espectáculo de variedad y el consumo de relacionamiento. Actores y espectadores se cuentan sus dificultades económicas, de pareja, de todo tipo. Gran Hermano es el prototipo de esto. Es una especie de psicología on line. La televisión es una especie de emergencia psicológica en forma de videojuego en que los famosos son como nosotros y al revés. De esta manera, se muestra todo el interior. La experiencia espectacular del interior se transforma en una exhibición vacía, de una intimidad insignificante. Y esto puede hasta provocar alergia.
—Sin embargo escribiste Elogio de Babel (2003), un libro muy positivo con respecto a la diversidad de culturas y la posibilidad de comunicación…
—Sí. Pero mi posición es inversa a la de Habermas y a su idealización de la comunicación como una transacción transparente y cooperativa. Está esa idea de la conversación de personas sentadas en una sala sin demasiados rumores, dispuestas a entenderse y llegar a acuerdos. O como decía Grice, que practicamos con nuestros interlocutores un principio caritativo de comprensión. Tales enfoques no nos ayudan a comprender el orden social, ni la cuestión de la verdad.
No niego que en muchos aspectos Habermas y Grice tengan razón. Pero creo que en la comunicación y en la relación con el mundo está primero el conflicto, el desacuerdo, el engaño. El consenso es algo provisorio.
—¿Qué pasa con la comunicación en la Babel de Bush y la guerra al terrorismo?
—Así como estamos en la era de los cuerpos desnudos estamos también en la de las decapitaciones por televisión. Aparece tanto Eros como Thanatos. Vemos decapitaciones perpetradas por terroristas que luego las envían a las cadenas de televisión. Los europeos conocieron muy bien esta práctica. La guillotina funcionó en Francia hasta 1970. Con las ejecuciones trasmitidas retorna aquello que Foucault dijo en el primer capítulo de Vigilar y castigar, con respecto a la justicia divina y humana. Hoy la pena de la guillotina retorna, con la confesión de la víctima, y apta para todo público. Las decapitaciones que se ven por Internet resultan un simple simulacro de las espectaculares ceremonias de Estado.
—Por aquí no podemos dejar de hablar de Silvio Berlusconi…
—Él maneja muy bien los códigos de la sociedad del chisme. Es más, quiero que quede muy en claro que en el ámbito político italiano actual sucede como en la televisión: estamos en el chisme. Hace varios meses que vivimos en un contexto en que cada vez más salen a la prensa transcripciones de escuchas telefónicas de políticos, famosos y actores involucrados en asuntos poco claros. Estamos totalmente vigilados y, además, todo el tiempo encuestados.
Berlusconi hace política al estilo de las relaciones públicas, a la mejor manera de un manager. Él mismo es un sondeo viviente. La izquierda esto no lo entiende y lo único que hace es satanizarlo. Hoy están de nuevo en el poder, pero es la misma vieja izquierda que estaba antes de Berlusconi. No hay recambio. Si la izquierda no se replantea su pensamiento, su relación con los medios y no cambia su organización, va a estar siempre la amenaza de Berlusconi. Hay que buscar nuevas alternativas en los valores y en la cultura. Nosotros, los intelectuales, estamos. Pero la izquierda política no nos ve. Cada vez que un intelectual llega con argumentos de base, la izquierda piensa que son sectarios y nos dejan de lado.