Tópicos del Seminario. Revista de semiótica, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Puebla, 29, 2013.
Entrevista a Paolo Fabbri realizada por Verónica Estay Stange. Milán, 30 de enero de 2013.
Las circunstancias que rodearon esta entrevista, inesperadas y en principio incómodas tanto para el entrevistado como para la entrevistadora, ofrecen sin embargo –así lo consideraron ambos pasado el mal rato inicial– el marco ideal para una reflexión sobre la función del acorde en las interacciones estratégicas y en lo que Paolo Fabbri llama la “comunicación clandestina” (en francés, la communication au noir, por referencia al travail au noir). Partiremos pues de esta experiencia que no sólo convoca el misterio banal de una reunión saboteada por algún antagonista desconocido, sino también el misterio de los acordes y desacordes en las interacciones sociales y, más profundamente, en el lenguaje y sus simulacros.
El 29 de enero a las dos de la tarde en la Universidad de Lengua y Comunicación de Milán: las indicaciones de la cita eran claras en el último correo electrónico de confirmación enviado por el futuro entrevistado. Dirección en mano, el día señalado la entrevistadora se dirige al aeropuerto alrededor de las cinco de la mañana para tomar a las ocho y media el avión de París a Milán. Sin contratiempos durante el trayecto, a la hora prevista está ya en la puerta de la oficina donde debe tener lugar el encuentro. Dos y cuarto: un retraso no es grave; en estas circunstancias, más vale que se atrase él y no ella. Dos y veinte: quizás un olvido. Dos y media: afortunadamente el último correo electrónico enviado por él contenía también su número de celular. Lo llama entonces. Del otro lado del teléfono, él, sorprendido, le pregunta dónde se encuentra. –En Milán, desde luego. –No es posible… En el mensaje de texto (SMS) que usted me envió hoy en la mañana me pedía que canceláramos la cita. –No sé de qué mensaje me está hablando.
Recibido a las tres de la mañana, el mensaje decía en efecto: “Buenos días. Desgraciadamente estoy enferma y quisiera cancelar nuestra cita de hoy. Nos llamamos más tarde. Lo siento. Gracias. V.” Para el entrevistado (o el que debería haber sido ese día entrevistado), la procedencia del mensaje no deja lugar a dudas: la única persona con la que tiene cita ese día es con V.; la única conocida cuyo nombre comienza con V es la que será su entrevistadora; y más aun, la única que habría podido escribirle en francés (idioma común a ambos) ese mensaje –siendo que él se encuentra en Italia y que su teléfono celular es italiano–, es ella misma. Ciertamente, el remitente es desconocido –en lugar del número de teléfono del emisor aparece un pseudónimo: “Marion280”–, pero bien puede haber ocurrido, se dice él, que estando muy enferma, y a semejantes horas de la madrugada, ella haya tenido que pedirle a alguien que enviara el mensaje en su lugar. Sin embargo, la entrevistadora afirma rotundamente no ser la autora, ni directa ni indirecta, de ese extraño texto.
Mina de hipótesis para el detective, pero también para el semiotista. Si el mensaje fue mandado por una tercera persona, ¿cómo habrá obtenido la información relativa a la cita? ¿y con qué objeto habrá querido impedirla? Considerar la hipótesis de la “bala perdida” (alguien llamado V. envió a un número equivocado un mensaje en francés destinado a otro alguien con quien tenía cita ese mismo día) implicaría aceptar la convergencia de un número tan alto de variables que la posibilidad del acontecimiento en cuestión quedaría reducida a una en un millón. Eliminando pues el azar de los presuntos responsables, queda suponer que, o bien se trata de alguien que, conocido de alguno de ellos, se enteró en el curso de alguna conversación del encuentro previsto y, por razones difíciles de imaginar, decidió evitar que éste tuviera lugar, o bien se trata de un desconocido que tuvo acceso, por ejemplo, al correo electrónico de él o de ella y que, habiendo leído el último mensaje (donde aparecían el lugar y la hora de la cita, así como el número de teléfono del entrevistado), quiso –ya sea para divertirse, ya sea por razones más complejas– provocar un desencuentro. De cualquier modo, ambas posibilidades dan acceso a una dimensión del sentido y de las interacciones que de ordinario permanece como latente. Se urde así la trama de la sospecha. ¿Qué escenarios habrán imaginado tanto el entrevistado como la entrevistadora, trayendo a la memoria situaciones cotidianas súbitamente transformadas en espacios donde se preparaba un secreto complot? O incluso, más oscuramente, ¿habrá pensado él que fue ella quien envió el mensaje, en una especie de incomprensible auto-sabotaje? O a la inversa, ¿habrá pensado ella que fue él quien lo hizo para cancelar la cita por motivos que prefirió guardarse? Y más aún, ¿habrá pensado él que ella pensaba que el autor del mensaje había sido él mismo? ¿O habrá pensado ella que él pensaba que era ella la autora?…
De la semiótica de la acción a la semiótica de las modalidades, esta experiencia nos introduce en el ámbito de las interacciones estratégicas, convocando el “acuerdo” y el “acorde” no como términos positivos y absolutos sino como posibilidad de sentido que coexiste de modo inevitable con su contrario: el desacuerdo, el desencuentro, el malentendido.
P. Fabbri
Una experiencia curiosa y secreta, en efecto, pues contiene una suerte de duplicidad interna a esa comunicación que nos invita a investigar, a descifrar, a descodificar. Es una buena introducción. Misterio, complot, apariencia de normalidad…
V. Estay
Partiendo de esta experiencia, quisiera invitarlo a reflexionar sobre el acorde (y el acuerdo) en tanto conveniencia que constituiría, hipotéticamente, el fundamento de las relaciones sociales.
Detrás del acorde aparente: el complot
Para darle una base semiótica a este tema, quisiera evocar antes que nada el análisis que hace Greimas de un cuento de Maupassant1. Como sabemos, este cuento trata de la guerra. El momento que me interesa particularmente es aquél en el que el prusiano le propone a los dos amigos llegar a un acuerdo que consiste en perdonarles la vida a cambio de la clave que permite entrar en la ciudad. Ellos se rehúsan, siendo el rechazo una estrategia explícita. Pero justamente, lo interesante en este caso es que no se rehúsan directamente: no dicen “no”. Tiemblan porque tienen miedo, pero no se rinden. Y el rechazo no se produce por una oposición de tipo negación/aceptación, sino más bien por una especie de respuesta corporal, estésica, que termina por sugerir el “no”. Se puede optar entonces por una respuesta que no sea del orden de la afirmación o de la negación explícita sino de orden estésico, relacionado con la postura física. Finalmente, los dos amigos mueren.
Ahora bien, el análisis de Greimas pone de manifiesto otro aspecto importante que siempre me ha llamado la atención: la presencia en esta historia de un fundamento sensible más profundo, que emana de la belleza del día, del sol que brilla, del camino hacia la pesca. Los dos amigos están, de cierta manera, en “acorde” con ese mundo feliz –el río que corre tranquilo, los peces, la amistad…–. Pero, al mismo tiempo, este acorde superficial oculta ese otro problema que es la guerra.
V. Estay
El acorde sería entonces una especie de armonía aparente bajo la cual se oculta otra realidad.
P. Fabbri
Es lo que yo llamo las “apariencias normales”, que con frecuencia se sitúan en el nivel de la percepción, o bien en el de la relación, hasta el momento en que descubrimos la existencia del otro, del enemigo, del complot. Es un tema sobre el que he trabajado, retomando por ejemplo 1984 de George Orwell2. En esta novela los personajes son felices, viven juntos, se divierten, hacen el amor. Pero en cierto momento “el otro” hace irrupción, y descubren entonces que siempre han estado controlados, que sur felicidad era ficticia: en suma, que el acorde de las apariencias sensibles (que figura el amor) escondía otra realidad.
Resulta pues que en ciertos casos las apariencias de normalidad y las simulaciones de acorde en el nivel estésico –“todo está normal”, “las cosas van bien”…– son o pueden ser utilizadas como máscaras. El acorde aparente se transforma así en la máscara de una estrategia o de un programa estratégico. Ciertamente, podemos analizar las conveniencias estésicas que provocan una distensión y que permiten desarrollar sin temor la confianza en el otro y en el mundo. Pero podemos también suponer que la normalidad es una construcción ficticia como la que crea por ejemplo el criminal que se sirve de las apariencias de normalidad y se presenta a sí mismo como normal. El día en que se descubrió que miembros de las brigadas rojas habían secuestrado a Aldo Moro, la gente que vivía cerca de los responsables dijo que se trataba de chicos muy amables. En efecto, eran muy amables porque las apariencias de normalidad constituían la máscara de algo más, y detrás de ellas se tramaba un complot. Es ésta una posición polémica y heurística; conflictual y no dialéctica ni decorativa. Entramos de ese modo en una problemática que se puede llamar paranoica y que tiene una estructura narrativa subyacente, conflictual. No olvidemos que hace poco Boltanski, quien practica la semiótica, escribió un libro intitulado Enigmas y complots3. En ese libro, Boltanski dice que, curiosamente, el siglo XIX, considerado como el reino de los complots, es también la época de esa invención psiquiátrica extraordinaria que es la paranoia (la cual hasta entonces no existía como tal).
¿Qué es la paranoia? es pensar que detrás de todo lo que se observa hay un conflicto, y pensarlo incluso cuando no es verdad. Yo viví mucho tiempo en Palermo –un lugar en apariencia normal que en realidad es una ciudad de la mafia–, y siempre me sorprendió la inteligencia de los sicilianos. Quiero decir que los sicilianos son muy proclives a pensar que las apariencias normales de la vida cotidiana son un asunto banal, pero que detrás de ellas hay algo más, siempre algo más. Eso los lleva a sospechar la existencia de causas ocultas. Me parece fascinante esa actitud que prueba que la mayoría de los sicilianos –Sciascia, Pirandello, y quizás ya Gorgias, el sofista– son sujetos que no creen en las apariencias normales, en el acorde superficial. Por el contrario, piensan que el acorde superficial existe sólo para esconder otro nivel de sentido.
Como semiotista siempre me ha interesado la experiencia de los agentes dobles: ésta me parece esencial porque el agente doble debe tener una doble competencia cultural, es decir que debe ser capaz de simular la apariencia normal del otro.
Por otra parte –y por razones similares–, me he interesado también por la cuestión del camuflaje.
Acorde y mimesis: el camuflaje
Es bastante curioso que ni en Italia ni en Francia se haya trabajado sobre el tema del camuflaje. Pero Greimas lo hizo en su texto sobre la veridicción, donde se pregunta cómo es posible llegar a un acuerdo respecto a “la verdad” o respecto a una forma de verdad en la cual creemos, justamente, por común acuerdo4. Me parece incluso que la reflexión de Landowski en torno al ajuste y al acorde remite a ese gran artículo sobre la creencia –sobre el verbo “creer”–. Como Greimas, considero que la creencia no se produce tanto por un acuerdo intelectual como por una especie de “adhesión” en el sentido primero del término –“adherir”: entrar en contacto–.
Ese artículo de Greimas, que me sigue pareciendo un muy bello texto de semiótica –y no de lógica ni de filosofía, ya que trata de operaciones de significación y de eficacia, y no de verdad– introduce dos conceptos esenciales: el concepto de camuflaje del enunciado y el de camuflaje de la enunciación; camuflaje del objeto, y camuflaje del sujeto.
Sobre esta base, me he preguntado si sería posible encontrar en la semiótica un punto de convergencia entre las investigaciones sobre el camuflaje desarrolladas dentro de las ciencias llamadas naturales, y las que han sido realizadas en el ámbito de las ciencias humanas.
Más recientemente, he trabajado sobre lo que yo llamo la comunicación clandestina. Quiero decir que en general se piensa que la gente actúa y se comunica de buena voluntad: es la actitud de los norteamericanos, que tienen espíritu de solidaridad. Grice habla siempre de una especie de buena voluntad recíproca que permite entenderse. Yo creo que la buena voluntad es en efecto fundamental para la comunicación, salvo en condiciones conflictuales. Es ahí que me parece posible introducir el concepto de camuflaje.
Es cierto que los semiotistas no greimasianos –cf. el grupo canadiense de P. Bouissac– han hecho estudios sobre el camuflaje, pero abocándose al ámbito específico y exclusivo de las Humanidades. Por mi parte, al trabajar junto con Greimas sobre las Humanidades, llegué a la conclusión de que es necesario respetar el semantismo y las prácticas de los hablantes: es por ello que me identifico con el trabajo de Bruno Latour y de la Action network theory –un tipo de sociología que no considera a los hombres como objetos ya que, a diferencia de los objetos, los hombres reaccionan a la mirada del otro–. En particular, me parece fascinante la posibilidad de retomar un concepto perteneciente a lo que podría llamarse la “semiótica connotativa”, para inscribirlo en un proyecto que tendría la ventaja de conducir a una “semiótica denotativa”, no en el sentido banal del término, sino en el sentido de una semiótica capaz de integrar a la semiótica connotativa misma y de redefinirla conceptualmente. El camuflaje es un concepto ideal para un ejercicio de este tipo: trabajando durante varios años sobre él, me di cuenta de que la oposición entre las Humanidades y las Ciencias Naturales –que podemos llamar también, respectivamente, “ciencias innaturales” y “ciencias inhumanas”– puede resolverse pensando en términos de significación, de estrategia.
Fue así como empecé a plantearme la cuestión no ya de la intencionalidad, sino de la significación. En el ámbito de las Humanidades se ha trabajado mucho sobre el espionaje, la experiencia del agente doble, los disfraces de guerra, entre otros temas. Prolongando este tipo de búsquedas, me apasioné por el problema del camuflaje, que va de la cacería a la guerra, y que puede conducir al sujeto a transformar los signos haciendo desaparecer su propia sombra o su propio rastro.
En esta vía, me interesé por los trabajos de mi amigo Marcel Detienne en torno a la trampa en la antigua Grecia, en Metis. Dentro de la tradición griega hay una importante reflexión sobre la guerra: pienso obviamente en Jenofonte –que, siendo alumno de Sócrates, escribió sobre él–, y sobre todo en la tradición sofista, que operaba la transición de los animales a los hombres. Justamente, Detienne afirma que los sofistas tenían como animales de referencia el pulpo y la zorra. Reflexionando al respecto, me pareció que sería posible estudiar el camuflaje en el mundo de los animales, de los insectos, y finalmente de los microbios. Un ejemplo extraordinario: los peces de un cierto tipo, que son la presa predilecta de peces de otro tipo, han desarrollado la capacidad de “disfrazarse” para asimilarse a su predador. Se trata de un ejemplo maravilloso de acorde como estrategia. Un acorde superficial, pero al mismo tiempo fundamental –sobre este punto remito a René Thom5, que también ha hecho semiótica–.
Los microbios que entran en nuestro organismo para enfrentarse a los anticuerpos han desarrollado las mismas estrategias que los insectos y que los hombres: presentarse disfrazados, camuflados y a veces invisibles. Encontramos aquí las dos grandes categorías de la cripsis (lo oculto) y la mimesis (disfrazarse asimilándose a otra cosa, en este caso al predador mismo, al adversario).
Del acorde al acuerdo
A partir de estas estrategias de interacción, con frecuencia se alcanza un cierto equilibrio: por ejemplo, a los microbios no les conviene acabar totalmente con los hombres, pues de otro modo ellos también morirían. Esta vez se trata de una especie de acuerdo que también está presente en las relaciones sociales y que permite convivir incluso con sujetos muy peligrosos –pienso en países como México…–. Obviamente, este tipo de acuerdo esconde conflictos profundos. Podemos entonces pensar que los acuerdos son como pausas dentro del conflicto: es decir, treguas. Se puede llegar a un acuerdo-tregua. Pero podemos también imaginar lo contrario: que la guerra no es la regla sino una excepción respecto a la paz o al “acuerdo entre los hombres”, siendo este último el fundamento. Ante esta alternativa no tengo una preferencia clara. O más bien, sí la tengo: yo prefiero la primera idea, es decir que la paz y el acuerdo deben ser pensados como una tregua. Me dirán que soy hobbesiano, que predico la guerra del hombre contra el hombre, que considero que el ser humano es esencialmente malo… En absoluto. Yo no pienso en términos de esencia, de ontología: pienso en términos de estrategias de significación.
V. Estay
Lo que me ha llamado la atención a lo largo de esta reflexión es, justamente, que usted replantea el estatuto del acuerdo, desplazándolo del ámbito del “ser” al dominio del “parecer”. Si con frecuencia el acorde es considerado como una conveniencia estésica que implica al ser, en este caso el acorde se sitúa en el ámbito del parecer acercándose incluso a la disimulación. Entendiendo el acorde como “ajuste” (en el sentido de Eric Landowski), se trataría entonces de un ajuste a la apariencia del otro. Es el caso del agente doble, así como de las interacciones donde uno sabe que el otro sabe que uno sabe… y actúa en consecuencia.
P. Fabbri
Es la estrategia del simulacro. Básicamente, parto de la idea de que en las relaciones intersubjetivas, lo que le ofrecemos al otro son simulacros. Sobre este tema publiqué un artículo recientemente traducido y reeditado en la Revista de Occidente, cuyo último número está dedicado al “Secreto”6. En ese texto hago referencia a un libro de ciencia ficción, de espionaje, ya que este tipo de literatura forma parte de las pocas fuentes sobre las que podemos trabajar para hablar de estos temas. Y curiosamente, en la literatura de espionaje la dimensión estésica es fundamental.
El libro en cuestión trata de un agente doble alemán que se va a trabajar a Londres y que termina encariñándose con Inglaterra. Aunque considera que los ingleses son un tanto inocentes (“naïfs”), participa en cenas y actividades colectivas y se inserta bien en la sociedad: se siente a gusto, “en acorde” con ella. Un día, el espía se va a la guerra. En realidad va como traidor, pero como los ingleses no lo saben, este acto aparece a sus ojos como una prueba de fidelidad a Inglaterra. Finalmente el personaje muere a manos de los alemanes: es así como culmina una paradoja que me parece muy interesante respecto al problema del simulacro y del rol que juega en él la dimensión estésica.
En el mismo artículo cito también un episodio del libro de Volkoff7 en el cual el agente doble ya no sabe dónde está situado, no sabe a qué bando pertenece, ni tampoco si es fiel o infiel a todos. No logra escoger. En cierta ocasión asiste a una misa. Pero se trata de un ruso ortodoxo: cree que no cree. Cuando la iconostasis aparece, cuando el icono se muestra en todo su esplendor, el sujeto se dice: éste es mi campo. Y muere.
Vemos pues que la estesis juega un papel esencial, pero que al mismo tiempo hay que calcularla en el interior de simulacros construidos, y construidos por nosotros. Otro ejemplo: “El consejo de Egipto”, de Leonardo Sciascia –como dije antes, los sicilianos son muy hábiles en estas cosas–. Es la historia de un abate que finge haber encontrado un complejo manuscrito árabe que en realidad es falso. El abate es tan eficaz en su farsa, que logra incluso engañar a un gran sabio del norte de Europa. En cierto momento, el personaje toma un largo baño caliente… Saliendo de él, va a ver a su confesor y le dice la verdad. Esa es la cuestión: se puede confesar bajo tortura, es decir por dolor, pero también por un gran placer físico. En cualquier caso, se trata de una transformación estésica.
V. Estay
Sería entonces una especie de lógica del cuerpo. ¿Una lógica que tendría que ver con el razonamiento figurativo?
P. Fabbri
No, no pienso en términos de criterios lógicos: hacer algo calculando que el otro a su vez hará algo. Esa cadena de acciones puede interrumpirse por un acorde fundamental que tiene su sede en el cuerpo.
Pero en mi caso, como en el de unos pocos semiotistas (Denis Bertrand, por ejemplo), lo que busco son simulacros experimentales. Obviamente, para nosotros los experimentos no consisten en poner a alguien en un laboratorio con electrodos en el cuerpo… Los textos también son experimentos que, como todo experimento, están en constante construcción. Es en este marco que debe ser considerada la dimensión estésica. La verdad emerge de un juego de apariencias.
Para una semiótica del simulacro
V. Estay
Podríamos decir entonces que la semiótica de lo sensible y de las interacciones se basa en una superposición de simulacros, más que en una especie de soclo ontológico.
P. Fabbri
Observaré incluso, como lo hace mi amigo François Rastier, que, curiosamente, cada vez que nos referimos a la ontología, en vez de hablar del ser echamos mano de metáforas (como la del “soclo duro”, privilegiada por Umberto Eco). Es decir que cada vez que queremos decir las cosas “como son”, no encontramos sino metáforas para hablar de ellas.
Por lo tanto, no hay soclo ontológico. Sobre esto hay actualmente muchas discusiones en Italia, ya que ciertas escuelas norteamericanas han introducido la teoría del New Realism, del Nuevo Realismo. En esta escuela se ha situado Umberto Eco. Pero él es menos rígido respecto a la existencia de objetos, de una realidad en sí. Él piensa más bien que la realidad es la resistencia a un proyecto; que cuando uno tiene un proyecto y algo se opone, se topa con la realidad. Se trata pues de una explicación modal: “lo real es imposible”. Es una frase de Lacan. Pero, en el caso de Eco, esta idea se explica a partir de la resistencia: hay un actor que resiste. Desde luego, si se piensa en términos de resistencia, se tiende a hablar de frustración más que de felicidad recíproca.
State contenti, umana gente, al quia : “Raza humana, conformaos con esto”. El acorde implica que nada se busque más allá, estipulando el acorde mismo. Giordano Bruno no lo habría aceptado… es por eso que murió en la hoguera.
Es el juego del parecer: el ser se da en esa especie de acorde, incluso estésico, que se funda en un juego estratégico. Puede ser que haya actores que determinen esos efectos de realidad, pero son difíciles de identificar: el mundo físico, la felicidad de lo sublime… Yo hablaría más bien de mecanismos de significación.
V. Estay
La verdad sería pues un efecto de sentido y no un dato a priori.
P. Fabbri
Exacto, la verdad debe ser construida.
V. Estay
Trataré de hacer una síntesis de lo que ha dicho hasta ahora: usted comenzó hablando del acorde como creencia compartida según la teoría de Greimas, y propuso luego considerarlo, desde el punto de vista figurativo, como una construcción que permite crear la apariencia de normalidad. Por otra parte, desde el punto de vista estésico, el acorde tendría un estatuto sintáctico en tanto sistema de acomodamientos recíprocos a la “apariencia” del otro. En el ámbito de las interacciones sociales, el acorde tomaría la forma del acuerdo, en el sentido contractual. Ahora bien, me parece interesante el hecho de que usted no sólo sitúa al acorde en el ámbito del “parecer”, sino que además propone una concepción no-binaria de la relación entre el conflicto y el acorde (en el sentido de acuerdo). Usted se refirió en efecto al acuerdo como “tregua”, pero se trata de una tregua que puede coexistir con un conflicto subyacente. Habría entonces una suerte de cursor que determinaría la primacía de la tregua o del conflicto. El acorde en tanto relación contractual sería entonces un estrato en el marco de una configuración compleja, tensiva.
P. Fabbri
Exactamente. El ejemplo perfecto es, una vez más, el del complot. Me referí antes al libro de Boltanski, pero también podemos pensar en los textos de Eco: sus últimos libros sobre El Cementerio de Praga son una enorme variación en torno a la teoría del complot –una teoría que, por cierto, en otras circunstancias dio origen a la persecución de los judíos–. La obra de Eco es interesante desde el punto de vista semiótico ya que presenta una complementariedad (y a veces incluso una suplementariedad) entre el trabajo novelesco y el trabajo científico.
Por ejemplo, el personaje de El nombre de la rosa siempre está haciendo inferencias. Y la labor del enemigo consiste en hacer que se equivoque, que haga falsas inferencias. El personaje debe entonces luchar constantemente contra las falsas inferencias inducidas por el otro. Ahora bien, esta dimensión está ausente de la teoría de Eco: en ella no hay conflicto. Hay un sujeto que hace inferencias siempre correctas (a la manera de Sherlock Holmes), pero no hay un antagonista capaz de hacer inferencias sobre las inferencias del otro (ése es, justamente, el fundamento de la teoría del complot). Eco tiene una idea de la verdad que viene de Peirce: el investigador tiende hacia la verdad, trata de acercarse a ella lo más posible, pero nunca la alcanza.
Es curioso observar cómo la misma persona piensa sistemáticamente en términos de complot y de acorde. Eco considera finalmente que la semiótica sirve para mentir: es la primera frase de su Tratado de semiótica. Obviamente, él piensa ontológicamente: el signo miente al hacernos creer que es real, siendo que es sólo un signo. Pero, más astutamente, Eco piensa que la semiótica sirve para mentirles a los demás, y que por lo tanto el gran problema de la semiótica no es la mentira (ya que ella misma es mentira) sino la posibilidad de llegar a un acuerdo sobre la verdad.
Esto nos lleva a reflexionar sobre la situación actual de la semiótica en Italia. Ya que por un lado están los peircianos y por el otro los greimasianos, mucha gente cree que el problema puede resolverse importando ciertos elementos de un grupo al otro, desarrollando por ejemplo una filosofía o una epistemología peircianas, y una metodología greimasiana. Pero no funciona.
V. Estay
¿Quizás porque se trata de concepciones diferentes del lenguaje? Para unos, el lenguaje nombra las cosas, mientras que para otros el lenguaje nombra los simulacros.
P. Fabbri
Claro. Para los semiotistas saussurianos, la semántica se ocupa de la dimensión del sentido de la lengua; para los no-semiotistas, se ocupa de la referencia. Esta diferencia provoca los equívocos más increíbles: por ejemplo, los psicoanalistas afirmaron durante mucho tiempo que el signo es el significante, mientras que para los semiotistas el significante es la forma de la expresión.
Considero que el hecho de no haber aclarado este tipo de cuestiones es una de las razones del fracaso parcial del proyecto semiótico.
V. Estay
En el marco de la teoría semiótica, el acorde sería tal vez lo que hace posible la formación de una red de simulacros, permitiendo así la emergencia de la significación. Una especie de sintaxis de simulacros.
P. Fabbri
Efectivamente. Me parece que la idea de empatía –la simpatía y la empatía sobre las cuales ha trabajado Eric Landowski– es fundamental. De otro modo no podríamos convivir. E incluso respecto al enemigo se puede tener un sentimiento de piedad o, mejor aún, de clemencia.
Es posible pues trabajar sobre las empatías que constatamos en tanto articulaciones de lo sensible cuyos componentes pueden ser descritos (el olor, la postura, la entonación…). Pero me pregunto si no será más difícil analizar las condiciones a partir de las cuales es posible llegar a un acorde en el marco de una situación de desacorde. Por ejemplo: podemos entender sin demasiada dificultad las causas y las consecuencias de un conflicto bélico. ¿Pero cómo concebir lo que viene después? Después de haber hecho la guerra, de haber matado, de haber provocado tanto horror, ¿cómo se alcanza la paz? Se trata de un trabajo semiótico fundamental en el que hay sin duda también un componente estésico. Pero desde luego no basta con casarse con un alemán para olvidar la Shoa.
V. Estay
Así pues, del mismo modo que encontramos el desacorde detrás del acorde –cuando éste toma la forma de la normalidad aparente–, podemos encontrar el acorde detrás del desacorde, o el acuerdo en el fondo del desacuerdo.
P. Fabbri
Claro. Me parece que hay una interdefición entre los dos términos y que, en la medida en que nos damos al otro bajo la forma del simulacro, existe una determinación eminentemente cultural.
Podríamos pues trazar un pequeño cuadrado semiótico que contendría los términos de acuerdo y desacuerdo, por un lado, y los términos de contrato y ruptura del contrato, por otro8. Pero la ruptura del contrato no se traduce necesariamente en conflicto: es posible permanecer en situaciones ambiguas en las cuales el conflicto bélico no es manifiesto. Sería posible hacer una tipología de ese tipo de transiciones.
Por ejemplo, el concepto de no-guerra fue durante mucho tiempo sumamente importante. Una no-guerra que no es una tregua: no se hace la guerra, pero se está en guerra. Igualmente, existe la guerra belicosa y la guerra no belicosa.
Adenda
P. Fabbri
Usted se preguntará seguramente cuál es la causa de esta obsesión mía.
V. Estay
Si bien entiendo, su teoría de la estrategia es también una teoría del sentido.
P. Fabbri
Sí, pero hay una cuestión personal, que es para mí muy clara. Mi padre murió como oficial de la armada de la aviación italiana en la Segunda guerra mundial, y el hermano de mi abuela paterna (mi tío abuelo) murió contra los austriacos en una trinchera junto con los socialistas intervencionistas.
Por otra parte, yo fui educado en una escuela militar. Yo sé que eso no quiere decir gran cosa, que bien se puede haber estado en una escuela militar y dedicarse luego a pintar pájaros. Pero para mí significó algo. He estudiado mucho el problema de las estrategias.
Cuando estuve en París con Eric Landowski, ambos entramos al CIRPES, Centro de Estudios Interdisciplinarios sobre la Paz y de Estudios Estratégicos. En esa época dirigimos un número del Boletín9 sobre el concepto de estrategia. Trabajamos juntos sobre el tema… Eric piensa que es necesario pasar a otra cosa; yo considero que se puede aún profundizar en él.
V. Estay
La estrategia es casi una forma de vida.
P. Fabbri
Además, hice estudios de derecho, una disciplina que no consiste sólo en una jerarquía de leyes abstractas, sino también en debates y discusiones sobre el sentido de esas leyes. Los abogados, después de haberse insultado, se van a cenar juntos.
En suma, parecería que la antipatía es la dimensión dominante, o por lo menos que la dimensión de la antipatía debe ser considerada tanto como la de la empatía, la del desacorde tanto como la del acorde. Se habla mucho de este último, pero menos del primero. Con mis alumnos he trabajado sobre el asco, el mal gusto (en francés, dégoût). Habiendo una crítica del gusto, consideré que habría que desarrollar una crítica del mal gusto. El arte contemporáneo presenta una gran gama de ejemplos de este tipo, ya que el arte no se contenta con el acorde de conveniencia, sino que trata de explorar todos los gustos posibles. Del mismo modo, he estudiado las obras de artistas que se ocupan del camuflaje. Se trata de valorizar la dimensión del mal gusto, como también la dimensión del secreto o de la mentira, la mentira estratégica…
Notas
- Algirdas Julien Greimas, Maupassant, la semiótica del texto, edición en español: Paidós, 1983. Análisis del cuento “Dos amigos”, cuya trama es la siguiente: durante la invasion de París en la Guerra franco-prusiana de 1870, dos camaradas, Morrissot y Sauvage, deciden ir de pesca a la isla Marante, en Colombes, a pesar del toque de queda impuesto por los invasores. Considerados como espías, ambos son arrestados. Un official prusiano les exige la clave para entrar en la ciudad. Ellos se niegan a entregarla, por lo que son fusilados.
- El texto de este análisis se encuentra en el sitio web www.paolofabbri.it.
- Ver la bibliografía al final del artículo. En este texto, Boltanski no cita a Fabbri ya que, como este último afirma, “los sociólogos no citan a los semiotistas”. Sin embargo, sí se refiere a Greimas de manera explícita, a propósito del concepto de actante (el oponente).
- Algirdas Julien Greimas, “El contrato de veridicción”, en Del sentido II: ensayos semióticos, edición en español: Gredos, 1990.
- Ver la bibliografía al final del artículo.
- Ver la bibliografía al final del artículo.
- Vladimir Volkoff, Le Retournement, ed. Juliard, París, 1979.
- Acuerdo – Desacuerdo
Contrato – Ruptura del contrato. - Ver la bibliografía al final del artículo.
Bibliografía
- Boltanski, Luc
- Enigmes et complots. Une enquête à propos d’enquêtes, París, Gallimard, col. « NRF Essais », 2012.
- Fabbri, Paolo
- “Explorations stratégiques”, en P. Fabbri y Eric Landowski (dir.), Actes Sémiotiques, N° 25, año VI, marzo de 1983.
- —
- Alain Joxe y M. Dobry, “Dissuasion infra-nucleare: Principes de dissuasion civique”, Cahiers d’études stratégiques, EHESS 6, París, 1985.
- —
- “Novlangues: de la standardisation aux pidgins”, en AA.VV., «1984» et les présents de l’univers informationnel. 34 auteurs pour un colloque, Centro Georges Pompidou y Centro de Creación Industrial, París, 1985.
- —
- “Simulacres en sémiotique: programmes, tactiques, stratégies”, en Nouveaux Actes Sémiotiques [en línea], 2009, N° 112, 2009.
http://revues.unilim.fr/nas/document.php?id=2855 - —
- y Federico Montanari, “Per una semiotica della comunicazione strategica”, en L. Bozzo (ed.) Studi di strategia. Guerra, politica, economia, semiotica, psicoanalisi, matematica, Egea, Milán, 2012.
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- “Todos somos agentes dobles”, Revista de Occidente, N° 374-5, Madrid, julio-agosto 2012.
- —
- y Bruno Latour, “La rhétorique de la science : pouvoir et devoir dans un article de la science exacte”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, N° 13, 1977.
- Thom, René
- Morfologia del semiotico, P. Fabbri (ed.), Meltemi, Roma, 2006.