Las reglas de la sátira, la diatriba y el insulto han penetrado en la política


Por Marina Artusa, Diario Clarín, Domingo 16 de Febrero de 2014.


Ya casi nadie respeta los códigos del hablar bien sino del pegar más rápido y mejor. Los gestos fuertes y las palabrotas son hábitos de la vida cotidiana, dice este discípulo de Eco.

Al semiólogo Paolo Fabbri le encantan las malas palabras. Las recopila, las analiza, las ordena, las archiva. Con la meticulosidad de un museólogo, se las presenta a los alumnos universitarios que desde hace un tiempo hacen relevamientos de insultos para su cátedra sobre semiótica de los lenguajes técnicos. Tanto es así, que hace unas semanas hasta fue jurado de honor de una competencia de injurias que se organizó durante el festival sobre el oficio de escribir –Scriba festival– que se celebra desde hace dos años en Bologna. “Si tuviera que decir qué me llevó a fijar la atención en el tema diría que fue el hecho de comprobar que hoy en Italia y en Europa se está dando un crecimiento de la diatriba política muy violenta –dice Fabbri, quien fue discípulo del lingüista y semiólogo francés Roland Barthes– Parto de una verdad histórica y cronológica: hoy el discurso político en Italia y en Europa es muy conflictivo y está penetrado por argumentos conflictivos. Siempre digo que es fundamental partir de lo que está sucediendo hoy, pero no por un interés periodístico sino porque considero que la actualidad debe ser medida a partir de una teoría más general”. Fabbri, un hombre de voz aguda y sonrisa fácil que inspiró un personaje –Paolo de Rimini– de “El nombre de la rosa” de Umberto Eco, su mentor, aclara por qué se siente atraído por los improperios en la arena política: “Yo enseño semiótica de lenguajes técnicos y me interesan no sólo los grandes lenguajes literarios, clásicos, sino también todos los otros lenguajes que hoy constituyen esta polifonía, esta Babel que es la contemporaneidad.”

¿Cómo se arriba al insulto en una teoría más general del lenguaje?

Parto de la idea de retórica. El siglo XIX, en su envión positivista y romántico, renunció a la gran tradición que en la cultura occidental era fundamental: la tradición de la retórica. La idea de que se sabía hablar.

¿Qué implica saber hablar?

Saber hablar significa, de algún modo, hacerse escuchar, dejar exponer al otro su parecer, darle espacio, ocupar un propio espacio sin avasallar al otro, utilizar cierto tipo de argumentación, cierto tipo de figuras retóricas. Y, al mismo tiempo, contar una historia. Creo que hay una gran tradición latina sobre esto. No quisiera oponerlo a la tradición anglosajona, alemana, inglesa y americana, pero hay una gran tradición latina retórica. Los italianos improvisan mejor, piensan mientras hablan, gesticulan mientras piensan y hablan.

Fabbri ya había incluido el término parolaccia (mala palabra, en italiano) en su libro “Señales del tiempo. Un léxico políticamente incorrecto”, editado en Italia en 2004. Allí, en esa recopilación de sus reflexiones sobre el sentido de las palabras que el diario L’Unità publicaba en una sección que se llamaba Parole, parole, parole (Palabras, palabras, palabras), parolaccia tiene su lugar entre otros casi 150 vocablos. “En tiempos electorales y mediáticos vuelan trapos y malas palabras. En las plazas reales y virtuales, en el periodismo, en los medios que se ven y se escuchan se ruega y se despotrica, sin eufemismos”, ironiza Fabbri en su libro: “En las asambleas se pedirá, de ahora en más, derecho a la (mala) palabra, en los tribunales se dará la (mala) palabra a la defensa del acusado, una canción estará hecha de (malas) palabras y música; si estamos apurados y nos encontramos con un amigo intercambiaremos dos o tres (malas) palabras, viviremos con las (palabras) cruzadas o moriremos con la última (mala) palabra famosa”.

¿Asistimos al segundo de gloria del insulto?

Estamos frente a un cambio radical. Las reglas del espectáculo y la sátira han penetrado en la política y, en el intercambio o confrontación de ideas, la respuesta ha sido reemplazada por la réplica rápida y aguda, hiriente. No se golpea a la otra persona con las propias argumentaciones sino a través de la diatriba y el insulto.

¿Tiene el insulto el mismo efecto en las diferentes culturas?

Por supuesto que no. Por ejemplo, se han hecho estudios un poco bizarros sobre este tema y se descubrió que en el norte de Europa, en el tráfico se insulta mucho menos que en otras regiones del continente. Los italianos suelen bajar la ventanilla y gritar las cosas más terribles que a usted se le puedan ocurrir; mientras que en el Norte, no. En Italia se insulta más con palabras mientras que en otras partes se insulta más con gestos. La gestualidad amenazante y hasta vulgar, de mal gusto, se utiliza más en el Norte de Europa.

¿Y qué podría decir sobre la eficacia del insulto?

Es evidente que a través del insulto se tiende a ofender al otro y, al mismo tiempo, a desahogar una tensión agresiva. Como sucede con todas las acciones movidas por la pasión. Desde este punto de vista, el insulto es practicado en circunstancias específicas. Tan es así que tiene hasta características sintácticas y gramaticales propias.

¿Por ejemplo?

En ingles, el fuck you es fácticamente imposible (nadie puede copularse a sí mismo) o como cuando una chica dice “no me rompas las bolas”, ya que ella no tiene testículos. Pero en estos casos, la eficacia del discurso es independiente de su realidad. Por otra parte, la profusa difusión del insulto en estos tiempos no apunta a esconder la falta de argumentos sino que pone en acto una intención, un diseño preciso.

¿Cuál es el código que hace que todos comprendamos el sentido de esas frases?

Que al estar estandarizado, la gente repite ese insulto y entonces se vacía de significado.

En Argentina, en ciertas jergas se usa el “boludo” no ya como un insulto sino como un modo de llamarse por su nombre.

Son descargas. El lenguaje está dotado de intensidad. El lenguaje no se inventó para decir verdades o mentiras sino para transformar las relaciones humanas. Esto me interesa mucho. Cómo el lenguaje decodifica una experiencia, construye el efecto de verdadero/falso y al mismo tiempo se modifica a sí mismo y a los demás. De aquí que mi interés no es tanto en el insulto que circula por la calle sino en el hecho de que se puede ser creativo en la inventiva. No hay nada más maravilloso y oportuno que un insulto creativo en la inventiva. La inventiva ha sido una de las grandes figuras retóricas y es preciso decir, por ejemplo, que Dante usa en La Divina Comedia inventivas extraordinarias. Pero hay diferencias culturales. Los italianos son geniales en la inventiva pero son mediocres en el panfleto. Mientras que los franceses y los ingleses hacen excelentes panfletos. Los italianos son buenos para llevar adelante ofensivas feroces, pero creo que hay diferencias culturales. Por ejemplo, los japoneses se escandalizan ante el nivel de insultos en Italia, pero no llegan a comprender que en Italia el insulto está casi siempre regulado y es muchas veces irónico.

¿Cuál es el límite de tolerancia de un insulto?

No se sabe. Depende de cada cultura. En Italia los insultos son aceptados hasta que se toca a la madre. No sé bien cómo funciona esto en Argentina. Tengo un colega muy cercano que es romano y enseña en la Facultad de Arquitectura de Buenos Aires. El me ha dicho que en las discusiones internas en los consejos de facultad, la tendencia tan romana de arremeter con discusiones cínicas no es bien vista por los argentinos.

Volviendo al insulto entre políticos, en la Argentina todavía no se ha llegado al nivel álgido que usted señala.

No ha llegado, por ahora. No se olvide de que los italianos son, desafortunada y afortunadamente, los primeros en experimentar las peores cosas primero. Basta pensar en el fascismo. Siempre lo digo, haciendo un chiste, que los italianos no inventan revoluciones sino contrarrevoluciones. Y al mismo tiempo dan anticipos de experiencias peores. Y todo llega: se decía que era imposible en Francia que se insultase como en Italia, y hoy hay chicos franceses que insultan a una ministra negra, francesa pero de origen africano, llamándola “simia”. En la Argentina los políticos aún no se insultan en público porque la sociedad del espectáculo todavía no penetró en el discurso político como en Italia, donde el discurso de la espectacularización ha calado profundamente en el discurso político. Si tuviera que decir qué sucederá en la Argentina, diría que sucederá lo mismo que en Italia porque la regla de la sociedad del espectáculo es ésta.

¿Cuáles son las características de la sociedad del espectáculo?

Los “situacionistas” oponían de manera radical la sociedad de la producción a la sociedad del espectáculo, que era definida como una sociedad no productiva, improductiva por sobre todas las cosas. Hoy creo que esta distinción es diversa. Opino que la gente no lucha más por los medios de producción sino que lucha por los medios de definición.

¿Y quién decide cómo hay que definir las cosas?

Dentro de la sociedad de la información espectacularizada, todos luchan por el modo en el que se debe definir. No hay definiciones a priori ligadas a una estructuración productiva cultural. Yo creo que ésta es la diferencia: haber pasado de una sociedad de la producción a una sociedad de la redefinición constante de nuestras definiciones. Esta es la primera cosa a considerar. Y la segunda está representada por las nuevas tecnologías que, según mi criterio, son fundamentales. Internet es una forma simbólica que ha tenido el mismo peso que, por ejemplo, para Erwin Panofsky –famoso historiador del arte que sostenía que la perspectiva no era un elemento técnico de la obra de arte sino que expresa su esencia- ha tenido la perspectiva en la historia del arte. La llegada de la perspectiva ha revolucionado el modo de mirar. Del mismo modo que Internet es una nueva forma simbólica y reorganiza el modo en el que el mundo es visto. Pero está claro que reorganiza no en dirección de medios productivos sino en la dirección de medios de definiciones. Las definiciones que nosotros damos de nosotros mismos, de los otros, cambian muy rápidamente.

¿Qué rol juega el insulto aquí?

Es un género de acción lingüística que, de algún modo, redistribuye valor en un mundo de definiciones, y juega a valorizar o desvalorizar nuestras definiciones.

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