Por Mariana Busso, Revista Ñ, 31/10/2014.
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Los alcances de la semiótica contemporánea son una de las grandes preocupaciones de Paolo Fabbri, un referente clave en ese campo. Autor de Táctica de los signos y El giro semiótico, posee una enorme trayectoria docente en universidades italianas y extranjeras, y es actualmente director del Centro Internacional de Ciencias Semióticas de Urbino. En esta entrevista, Fabbri aborda la situación actual del paradigma semiótico, y comparte sus reflexiones acerca de algunos de sus temas privilegiados de análisis: la comunicación basada en el secreto y el rol estratégico de los signos. Además, se pregunta acerca de las posibilidades de abordaje semiótico de problemáticas de actualidad como el llamado big data.
–¿Cómo evalúa el panorama de la semiótica actual? ¿Cuáles son las problemáticas que debe afrontar?
–Unos de los grandes problemas de la semiótica contemporánea es que produce muchos textos, pero no produce crítica sobre ellos. Otro problema muy importante es la acumulación de cantidad de textos introductivos. Encuentro esto muy grave, muy peligroso, porque significa que no hay un corpus unificado de conceptos y que por ende existe una debilidad, una incerteza, una variedad –que a veces también puede ser productiva– de las orientaciones semióticas. Yo creo que es necesario reforzar estas orientaciones de base pero, por otra parte, hay que realizar evaluaciones, revisiones –positivas o críticas– que toda disciplina teórica conceptual necesita. Ello es importante para la semiótica, que es una disciplina que suscita aún muchísima resistencia. Actualmente la semiótica no está en grado de construir un mundo interno de significaciones, y no sólo por fuertes resistencias del exterior, como por ejemplo aquella sobre el así llamado “anti-historicismo” de la semiótica, que no es cierto, sino también por argumentos internos, que son muy claros. Kuhn decía que, muy raramente, es posible que exista un paradigma científico con dos cabezas… cómo decirlo, no con un jefe de gobierno sino con “cónsules” como en la antigua Roma. Ahora bien, en la semiótica existe por una parte la tradición lógico-filosófica de Peirce, cuya enorme filiación termina con Eco y, del otro lado, una tradición saussureana, que se conecta a la ciencia lingüística que existía previamente y en la que se ubican Jakobson, Greimas, Hjelmslev, etc., conformándose así un paradigma dual complejo de gestionar, ya que es muy difícil integrar estas dos tradiciones.
–Desde el punto de vista de la eficacia de los procesos sígnicos, es notoria su preocupación relativa a los modos de funcionamiento del secreto, y al rol estratégico de la verdad en el interior de la sociedad. Temas son compartidos por estudiosos como Jorge Lozano del Grupo de Estudios de Semiótica de la Cultura de Madrid. ¿Podría decirse que la problemática de la transparencia y la opacidad, de la significación estratégica, son un punto de partida para estudiar los procesos culturales y los conflictos contemporáneos?
–Sí, por supuesto. No nos olvidemos que Lozano ha sido investigador en Bolonia cuando enseñábamos Eco y yo, y no es extravagante que exista esta continuidad. Con él compartimos la hipótesis sobre el carácter profundamente estratégico de las relaciones del significado, que no se define ontológicamente por una esencia durable, sino que es permanentemente “negociado”. Ahora bien, para hacer esto es necesario imaginarse representaciones significativas de sí mismo y del otro, y jugarlas estratégicamente. De allí el interés por las estrategias de camuflaje, del secreto, del develamiento, del esconder, del travestir… lo que yo, bromeando, llamo una “comunicación en negro”, es decir, centrada en los aspectos oscuros como las interceptaciones, los espionajes, los agentes dobles. Las situaciones de conflicto, pero también la diplomacia, son lugares de trato y de negociación, donde hay cosas escondidas y otras reveladas. Es necesario pensar estos temas en los cuales, de algún modo, debemos considerar las acciones del otro como parte de las nuestras; creo que esto es decisivo, y no es pensable en términos tradicionales como el de Habermas de la comunicación como –simplificando mucho– acto abierto y transparente. Estas son cuestiones que poseen un rol muy importante para las ciencias del hombre, y en mi opinión la semiótica tiene que tematizarlas teóricamente. Eco mismo ha trabajado las problemáticas de lo secreto, la conspiración y el espionaje, aunque lo ha hecho en sus novelas. Al respecto mi impresión es que Eco escribe una novela cuando tiene una carencia teórica; en las teorías lógico-inferenciales como la peirceana falta esa dimensión estratégica, que Eco trata de manera extraordinaria en el plano de la ficción.
–Carlos Scolari, de la Universidad de Barcelona, afirmó que “desde hace unas décadas la semiótica de matriz latina prácticamente no ha generado nuevos modelos teóricos”, y sostuvo que ella tendría la posibilidad de crecer si se confrontara con nuevos objetos de estudio, como por ejemplo el big data. ¿Cree que la semiótica puede analizar estas moles de datos?
–Con esa afirmación se está repitiendo lo que es un tremendo lugar común de la semiótica: que habría habido una semiótica que se habría convertido en canónica, estándar y no innovativa, y que habría que confrontarla con otro tipo de datos para renovarla. No es verdad que la semiótica no tiene ideas nuevas; ciertamente, lo que hay que hacer es adecuar modelos para este tipo de objetos. En lo que tiene razón Scolari es en pensar qué diría y cómo debería adaptarse la semiótica a la problemática del big data. Esto tiene que ver con lo anterior: el big data no es solamente cuestión de cantidad de datos, sino de modalidad estratégica del uso de la información. Doy un ejemplo banalísimo: hoy los drones militares lo ven todo, pero no ven lo que sucede en el fondo del mar y bajo la superficie de la tierra; pensemos en los submarinos y en los túneles. El primer punto es que no es cierto que se puedan recoger todos los big data que se quiera; sin dudas, hay un problema de estrategia de recolección y de manipulación. Otro punto es el problema de la utilización del secreto, cuáles son las fuerzas que lo hacen; desde este punto de vista, considero que hay muchas buenas categorías de la semiótica que se pueden utilizar. El del big data es un proceso positivista y cuantitativo que ciertamente inquieta a los vigilados, pero también a quienes recogen los (¿meta?) datos con objetivos de vigilancia. Ellos no saben nunca hasta qué punto es necesario saber aquel dato suplementario e imprevisible que faltó, por ejemplo, en el caso de un accidente o de un atentado. De allí su necesidad continua de acumular otros datos, o mejor, de dirigirse a los little data provistos por las ciencias del hombre –como la semiótica–que tendrían la pretensión de sustituir. Por el contrario, en lo que respecta a los vigilados, creo que la respuesta semiótica se basa en individuar aquello que, en mi opinión, es importante: las diversas estrategias posibles de enmascaramiento y de camuflaje. Que pueden ser incluso la máscara de la más absoluta normalidad.
Mariana Busso es investigadora de la Universidad Nacional de Rosario