Da: Maryem Castillo, Ctxt contexto y acción, Madrid, 12 de Marzo de 2015.
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A sus 75 años, el semiólogo Paolo Fabbri (Rimini, 1939) conserva su pasión por deconstruir el mundo que le rodea. Esa curiosidad lo ha llevado a estudiar las formas de discurso violento que no se incluyen en el área académica pero que son parte de la realidad. Su fascinación por el lado oscuro de la comunicación raya lo mórbido. Con voz pausada y serena, este italiano de ojos castaños, vestido con un jersey verde esmeralda y una americana, describe la descuartización como un “arte elegante”, especificando luego que la elegancia tiene reglas muy claras, estudiadas, descritas en manuales. Sus años como profesor lo llevan a ser lo menos abstracto posible y a proponer analogías. Fabbri, pensador europeo de referencia en el ámbito de la Semiótica, catedrático de Semiótica del Arte, profesor en diversas universidades de Italia y otros países, y fundador y director del Centro de Semiótica y Lingüística de la Universidad de Urbino, ha viajado a Madrid para impartir una conferencia en la Universidad Complutense sobre la estrategia del discurso.
“Me interesa mucho la tortura… como forma de comunicación”. Son las primeras palabras de Fabbri al recibirnos. Se ríe ante el desconcierto que provoca; el humor y la ironía abundan en su conversación. Es una mañana fría, el viento glacial cala a los transeúntes que se desplazan por la zona madrileña de Argüelles. Nos sentamos en la cafetería del hotel Tirol mientras esperamos que nos faciliten una sala para realizar la entrevista. El catedrático aprovecha y se toma una infusión de poleo-menta para calmar la tos, vestigio del resfriado invernal que le aquejaba. Le acompaña su amigo, colega, traductor y de vez en cuando caballero andante, Jorge Lozano, profesor de Semiótica de la Cultura en la Universidad Complutense y experto en el caso Wikileaks. Lozano es coordinador del Libro Secretos en red. Intervenciones semióticas en el tiempo presente (Sequitur), publicado recientemente, con artículos de Paolo Fabbri, Alberto Abruzzese, Denis Bertrand, Joshua Meyrowitz, Umberto Eco, Jacques Fontanille y Magalí Arriola.
Ya instalados en un pequeño salón de conferencias, el autor de El giro semiótico (Gedisa) explica que le interesa la tortura porque es una manera de extorsión de la información. Evita tomar posturas sobre los temas de actualidad. Él es un observador, intrigado por las formas violentas del discurso. Califica los vídeos de las ejecuciones del Estado Islámico de espectáculos de la muerte inspirados en el suplicio y en las antiguas ejecuciones públicas. La conversación deriva en cómo el público cataloga de forma distinta a los protagonistas de las filtraciones: Edward Snowden es un héroe, Julian Assange es misterioso, poco fiable, y Hervé Falciani, un oportunista.
Internet suponía un acercamiento mundial. Una forma de entendernos mejor. Pero los problemas de entendimiento siguen siendo los mismos o han ido a peor. ¿Qué pasó?
La idea de que la tecnología resuelve los problemas sociales, aquello de a más tecnología, más información y más democracia, es una quimera. El incremento de la información no crea necesariamente más comunicación. En vez de aproximarnos, muchas veces lo que hace es alejarnos. George Bateson lo denominó esquizogénesis complementaria, una teoría que sostiene que las diferencias culturales entre los grupos tienden a aumentarse con el tiempo en una especie de escalada que busca destacar la identidad personal y el poder sobre los grupos contrarios. Nos conocemos mejor y por eso nos detestamos más.
O sea, cuanta más información tenemos, hay menos comunicación.
Más bien, menos acuerdos. Hay una diferencia muy importante entre información y comunicación. La comunicación en sentido formativo toma tiempo. La información inmediata no es comunicación. Por ejemplo, contar que han matado a 20 egipcios coptos no es comunicación, es información. Explicar qué es un copto y por qué ha sucedido esta matanza sí es comunicar. Más información no significa más comprensión. Mira el caso de Noruega, un país en Estado de bienestar, tolerante, laico, con una pequeña comunidad islámica y casi sin paro. Pues bien, en febrero unos 150 jóvenes noruegos musulmanes se unieron al ISIS, dispuestos a morir por la causa. Es por esto que estudio el discurso entre gente que no se entiende, la parte conflictiva de la comunicación.
¿Por qué le fascinan los espías?
El espía debe conocer el lenguaje y la cultura de los otros para sobrevivir. Tiene que ponerse constantemente en el lugar del otro. Y esta reversibilidad me ha parecido interesante, esa ambivalencia de vivir constantemente entre dos mundos. Existen dos verdades, la oficial y la no oficial. El Estado crea una realidad oficial aunque la gente sospecha que no está pegada del todo a la realidad. De ahí viene la popularidad de las novelas de espionaje. Es una literatura que apasiona porque la gente ve reflejada esta idea de un mundo doble. Luchamos sobre versiones del mundo. Lo interesante de Internet es que tenemos acceso a diversas informaciones que nos permiten encontrar una definición diferente de la realidad. Pero esto son definiciones. No es la verdad absoluta. La idea oficial que un país construye no tiene que ver siempre con la realidad del mundo, porque el mundo se transforma día a día. Lo que hoy puede ser verdad, mañana no. Por ello, es una quimera asegurar que se cuentan las cosas como son, por ejemplo, en una guerra. En un conflicto la primera víctima es la verdad porque es relativa a la interpretación de quien la proporciona.
Casos como los de Wikileaks, Snowden o la lista Falciani se consideran un avance hacia la transparencia de la información. Sin embargo, usted considera que son estrategias de control. ¿Cómo se deconstruye esa idea?
En Semiótica tenemos un término muy simple que es la pertinencia. Por ejemplo, un hombre está en un bar y se desata una pelea. Tiene dos vasos: uno de cristal y uno de papel. ¿Qué es pertinente? Para beber, los dos; para pelear, el de vidrio. La idea de la pertinencia es crucial en la comunicación. El Big Data es una idea precategorial que no tiene en cuenta la pertinencia. Cuando tienes tanta información, el sentido lo da quien la trabaja. Snowden es un caso muy claro. Los periodistas de The Guardian seleccionan lo que es pertinente en el momento político, en el discurso cultural actual. Al mismo tiempo, Laura Poitras hace un documental sobre el caso Snowden que gana el Oscar. Hay una estrategia en todo esto. Han aprendido de los errores de Wikileaks. Assange es un anárquico que piensa que desde el momento en que se revela la verdad, el mundo se precipita sobre la información para descubrir cuánto nos han engañado y pedir un cambio. Pero para ello debe pasar el filtro de los periodistas y que estos le asignen la pertinencia.
Pero lo que es pertinente para algunos no es pertinente para otros. En el caso Falciani, se cree que hay varios empresarios y políticos latinoamericanos y estadounidenses involucrados; sin embargo, no se sabe porque la lista no se ha publicado completa y no son datos relevantes para los medios europeos.
Es cierto desde ese punto de vista. Solo se puede pedir una transparencia pro perspectiva. Esta premisa de que debemos saberlo todo es una ilusión. Los secretos no desaparecen. Se transforman. La idea de una accesibilidad universal de la información sin pertinencia es confundir el vaso de vidrio con el vaso de papel. Yo utilizo The Intercept -la revista fundada por los periodistas que revelaron el caso de la NSA- porque publica toda la información tratada en el Senado estadounidense en relación a la tortura. Pero esta información son cincuenta mil páginas. El resumen tiene unas quinientas páginas y probablemente pierde muchas cosas. Pero son construcciones de interpretación. Aunque, claro, usted puede leer las cincuenta mil páginas.
¿Cómo interpreta usted el hecho de que el presidente español Mariano Rajoy dé ruedas de prensa a través de una pantalla de plasma o sin aceptar preguntas?
Depende de la manera en que se hacen las preguntas. Hay ruedas de prensa que son tan habituales, que con que se lea una declaración es suficiente. Tal vez hay momentos en que las preguntas son tan simples, tan banales, nada agresivas… Creo que es una manera de decir a los periodistas que tienen que preparar preguntas relevantes y pertinentes.
Me refiero a no hacer declaraciones en momentos críticos, a no dar la cara ante los escándalos y crisis en los que el Gobierno se ha visto involucrado.
En ese caso es una estrategia anticomunicativa. Y los periodistas no deben aceptarlo. Tienen que exigir una respuesta contundente, que alguien responda de forma responsable.