Por Cecilia Escudero, Debate, Buenos Aires, octubre de 2009.
De paso por Buenos Aires, el semiólogo Paolo Fabbri reflexiona, entre otros temas, sobre Internet, Obama y Berlusconi.
PAOLO FABBRI ES, SIN DUDA, EL SEMIÓLOGO más importante de Italia -después del famosísimo Umberto Eco-, presente en la escena mundial de la semiótica desde hace muchos años. De esta manera, al menos, es definido por el argentino Eliseo Verón, otro de los grandes exponentes internacionales de una disciplina que ya lleva casi medio siglo de vida persiguiendo la árida tarea de, en palabras de Fabbri, “estudiar el sentido en las sociedades, tanto su producción como su destrucción. En fin, la comunicación y la censura, la interpretación y la mala interpretación”. ¿Un objetivo ambicioso? “Es un programa enorme”, admite este italiano, oponente teórico del Eco semiólogo pese a que ambos cuenten con años de mutua colaboración y trabajo; y a partir de lo cual Eco nombró al “Paolo de Rímini”, de El nombre de la rosa, en honor a su amigo. Fabbri visitó la Argentina para celebrar la IX Semana de la Lengua Italiana en el Mundo y, en un clarísimo “itañol” -como él mismo lo definió-, desgranó algunas de sus ideas sobre cuestiones relevantes de la cultura contemporánea, cuya comunicación observa como imprescindiblemente conflictiva. “El consenso es un momento tranquilo en el conflicto. Una tregua”, sintetiza. Se trata de una gran “Babel”, como le gusta pensar, que se conforma, esta vez, desde todos los rincones del mundo de hoy.
En su conferencia en nuestro país, retomó el relato de la Torre de Babel para explicar sus ideas. ¿Por qué?
Este país fue y es muy babélico, en el sentido de la disparidad de lenguajes, culturas. Un proceso muy evidente con la inmigración. Ahora bien, sobre las diferencias se produce un efecto que podría llamarse de babelización. Generalmente, y esto a nivel global, la babelización se vive como un fracaso: los hombres no consensúan, no se entienden. Pero nunca existió un período utópico o prebabélico, para seguir con la metáfora, en el que el ser humano se entendió, habló el mismo idioma, o en el que una palabra se definió en torno a una cosa precisa, sin ambigüedades. Somos Babel y esto es una gran ventaja porque nos obliga, entre otras cosas, a la traducción. Y traducir es una manera de salvar los lenguajes, no cuidándolos como si fueran animales en extinción. Si todos habláramos inglés, los lenguajes desaparecerían. Éstos se transforman en colisión con el resto de los lenguajes. También en función de deseos, intereses, pasiones.
Renato Ortiz habla sobre la supremacía del inglés en el mundo, ¿qué opina?
No creo que haya una hegemonía del inglés. Por ejemplo, Internet al comienzo sólo fue en inglés, pero después apareció Internet en español, y se fueron incorporando distintos idiomas. Por otra parte, lo que hablamos no es inglés, ni los italianos, ni los japoneses -pese a que estos últimos son los que mejor lo hablan-. Esto se da también por el hecho de que no hay un solo inglés, puro, este idioma tiene muchísimos matices.
¿Y los medios de comunicación cómo juegan en este panorama?
Los medios son una creación globalizada y, al mismo tiempo, muy localizada. El efecto de los medios es, a la vez, globalización y singularización. Creo que no se puede decir que porque los medios están globalizados tendrán un efecto homogéneo sobre los televidentes o adoptarán un mismo lenguaje. La tecnología puede ser la misma, pero el empleo y el sentido producto de esa tecnología será, en cada caso, muy diferente.
¿Esto se aplica también para una red social como Facebook, que tiene trescientos millones de usuarios en todo el planeta?
Sí, porque la técnica es el instrumental, la tecnología es la manera en que se integra en una sociedad particular. Una cuestión es la difusión de la red en el mundo y otra son los mundos que se crean a partir de su instalación. Por otro lado, la globalización técnica puede -y esto sucede- ser compañera de una multiplicación étnica. Entonces, étnico y técnico son muy parecidos en cuanto a su sentido. Puede ser el caso de la gente que trabaja para Osama bin Laden. Son técnicos muy sofisticados. Son étnicamente fanáticos y técnicamente universales.
La interconexión global que generó Internet, ¿qué provoca?
Me interesan dos cosas. Una es Wikipedia. El hecho de que sea posible que se haya establecido la enciclopedia más grande de la humanidad en una condición de anarquía semiótica, porque cualquiera puede hacer una contribución sin censura aparente. Y lo otro, que es la contracara, es el tema de las interceptaciones. Hay muchos análisis respecto de la comunicación entre uno y otro, pero, ¿qué sucede con el que viene a interceptar? Esto tiene que ver con la conformación de una sociedad del control informático, una sociedad porosa, donde se filtran constantemente los controles. Italia tiene por la mafia un récord de interceptaciones policiales. Entonces, por un lado está el costado anárquico de la red, sin jerarquías, pero que al mismo tiempo se constituye en una utopía que tiene un oscuro rostro de la interceptación y la comunicación. Estos temas son los que me interesan de Internet y los estamos analizando.
¿De qué dependerá que la red se incline para un lado u otro?
Tengo una definición simple para eso. Lo llamo la palabra penúltima. No hay palabra última, la libertad es la posibilidad que no haya nadie que tenga una última palabra. Todo puede ser redefinido.
Con respecto al fenómeno que generó Barack Obama en su campaña, ¿qué reflexión le merece?
La focalización general, obsesiva, sobre la capacidad de utilizar los medios por parte de Obama fue extraordinaria. Se hizo de todo. El fuerte, además, fue su gran capacidad retórica y, por supuesto, de la gente que escribe por él. Creo que esta focalización sobre la comunicación es, muchas veces, un mal. El problema de Guantánamo no se soluciona así, con este tipo de estrategias. Y, ¿qué hacer con Afganistán? Se deben resolver problemas. Ése es el gran trabajo de los políticos.
Usted se pronunció acerca de la retórica de la guerra en Irak. ¿Qué cambios observa, ahora, con Obama?
En realidad, hubo un cambio radical desde la Guerra del Golfo hasta ahora. Antes, las guerras confrontaban Estados, hoy no. Se generaron conceptos absurdos como “guerra humanitaria” o “guerra contra el mal”, o “contra el terrorismo”. No son naciones. Bush creó casi una comedia al proclamarse en varias ocasiones ganador, ¡pero los vencidos no estaban! Hay ganadores pero no derrotados. Con Obama hay diferencias, sí, pero todavía está sumido en el vértigo de querer arreglar todos estos problemas. La misma palabra guerra no es propia ahora. Como dice el sociólogo Ulrich Beck: antes se luchaba por los medios de producción, ahora por los medios de definición. ¿Esto es una guerra o no?
En este caso, parece que vuelve a ser una cuestión de lenguaje.
Absolutamente. Acá, sí. Los efectos de si llamarla de una u otra manera son increíbles. Tengo un recuerdo sobre esto. En Italia, del 43 al 45, hubo una lucha entre una mitad de Italia que estaba a favor de Mussolini y los alemanes y la otra mitad que no lo estaba. En un primer momento, a este conflicto se lo denominó la Resistencia contra el fascismo, pero, con el tiempo, se la llamó Guerra Civil. Y no se imagina lo que fue para mi generación aceptar la idea de que no se trató de una resistencia. De las fuerzas del discurso no se puede decir que algo sea verdadero o falso. La verdad es un juego del lenguaje. Y no es cierto que exista una realidad y luego versiones de ésta. Mi idea es que mejor que la verdad es lo que resulta correcto. Hay que preguntarse: esta valoración, ¿es correcta o no lo es?